Han sido protagonistas de
la cultura occidental, constructores del pensamiento desde todas las ciencias,
las artes y la tecnología. Poetas, filósofos, científicos, milicianos,
políticos, dramaturgos, estadistas, teólogos, novelistas, intelectuales, maestros,
periodistas, diseñadores, deportistas, en fin, la lista es interminable, porque
como parte de la humanidad, han estado presentes en la historia de ella desde
sus orígenes, dejando a su paso legados que trascienden hasta hoy.
Y están aquí, viven en
nuestros barrios, seguramente son parte de nuestras familias, llevan a sus
hijos a la escuela, van con sus amigos al estadio, caminan por los senderos de
un río o a la orilla del mar, pagan impuestos, van al mercado, comparten sus
conocimientos en casa o la universidad, trabajan con nosotros, luchan, ríen,
lloran, rezan y maldicen; están ahí, compartiendo con nosotros el mismo espacio
social, la misma condición humana y sin embargo no los vemos. Muchas veces no
queremos ver o lo hacemos con prejuicio.
¿A quién se le puede
ocurrir que Frida Kahlo, Chris Hugues (co-fundador de Facebook), Freddy
Mercury, Isadora Duncan, Michael Foucault, Elton John, merecen menos derechos y
libertades que el común de los mortales? Seguramente una persona homofóbica
pensará que sí y de hecho, es porque todavía persisten creencias que otorgan
más valor a unos seres humanos que a otros, que siguen vigentes en nuestra
sociedad la discriminación, la exclusión y los crímenes de odio.
Muchas veces son los
medios de comunicación los que aportan a reforzar el miedo a lo diferente, no
sólo por los estereotipos de la sociedad patriarcal que reproducen, sino porque
en muchos casos la comunidad LGBTI es invisible o simplemente no aparece como
protagonista del quehacer humano, ni como actores políticos.
Tal es el caso de lo
ocurrido en Cuenca recientemente, donde el Consejo Cantonal aprobó la Ordenanza
para la Inclusión, el Reconocimiento y Respeto a la Diversidad Sexual y
Sexo-Genérica. La normativa es considerada como histórica por los colectivos
LGBTI de la ciudad, sin embargo la cobertura periodística local y nacional fue
exigua y carente de reflexión y debate. Sin duda es plausible y merece mayor
atención la prohibición del funcionamiento de centros de conversión para
homosexuales, que son un atentado a la vida y la dignidad de las personas
afectadas, pero también deberíamos abocarnos a el proceso de construcción de la
Ordenanza.
Conversando con algunos activistas
de los derechos LGBTI en Cuenca, pude conocer otra arista del proceso, en el
cual quedan profundas interrogantes en cuanto al diálogo y al debate social,
elementos fundamentales que garantizan el cumplimiento de cualquier normativa; según
el testimonio de quienes han promovido la Ordenanza, la falta de profundidad en
el debate de la misma se produce porque para algunas autoridades este tema
sigue siendo un tabú.
No basta que esté escrito
en un papel para que la sociedad empiece a ser inclusiva y respetuosa de todas
las orientaciones sexuales e identidades de género. No podemos contentarnos con
una presentación que es parte de una agenda, más que de una voluntad política de
plasmar en conciencia. No nos podemos re-conocer sin mirarnos a los ojos, si
las autoridades y los medios no promueven que los debates “salgan del clóset”.
En este sentido, tenemos
una deuda comunicacional con la comunidad LGBTI, la responsabilidad social nos
obliga a quienes hacemos comunicación desde cualquier campo mediático, a
comprender las demandas de estos colectivos, dejar de reproducir prejuicios, a
través de rutinas, fuentes, lenguaje y otras estrategias de las cuales los
periodistas no suelen ser conscientes, pero que sin embargo pueden vulnerar
derechos.
Las transformaciones
culturales no nacen con las leyes, sino con la conciencia de que podemos ganar
todos si renunciamos a la idea de que la convivencia depende de tener que
vencer a otro y en ese camino, aún tenemos tarea pendiente.
Cuando se trata de
políticas públicas, debemos hablar en voz alta, especialmente frente a
temáticas históricamente silenciadas.
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