domingo, 29 de enero de 2012

30-S: El aprisionamiento de lo visible

Ensayo realizado el 17 de octubre del 2011.

Por Nathalia Cedillo C.
Los acontecimientos del pasado 30 de septiembre del 2010, no solo significaron uno de los pasajes más insólitos y violentos en la reciente historia de la política ecuatoriana, sino que además se han convertido, hasta la actualidad, en el escenario de pugnas por el capital simbólico, por la construcción de una verdad sobre los hechos.
Es indudable que un suceso que puso en riesgo la estabilidad del orden constitucional despierte hasta hoy una discusión interminable matizada desde distintos intereses, sobre todo cuando a pesar de haber transcurrido un año de aquella jornada, aún existen muchos cabos sueltos y pocas respuestas políticas.
Durante el reciente mes de septiembre fuimos testigos de una sistemática campaña propagandística sobre el 30-S apadrinada por el oficialismo. Anuncios en radio, prensa y televisión, debates académicos, mediáticos y de cafetín que giraron en torno al cuestionamiento de si aquella sublevación policial significó o no intentos de golpe de Estado y asesinato del Presidente de la República.
Este ensayo no pretende reflexionar en torno a aquellas interrogantes relacionadas con el hecho en sí, sino a la manera en que éste es representado desde la instancia del poder gubernamental (lo que dice y cómo lo dice), es decir, busca explicar la manera en que el discurso oficial mediatizado constituye en sí mismo un dispositivo de silenciamiento y control social.
Para ello, proponemos el análisis del discurso dado por el Presidente de la República Rafael Correa en el Regimiento Quito y cómo este se plasma dentro de la estructura narrativa del documental “Muchedumbre 30S”, dirigido por el periodista Rodolfo Muñoz, estrenado en febrero de este año y que fue masivamente difundido a través de los medios públicos; el video se transmitió por Ecuador TV, que además es su auspiciante, en horario estelar y circuló de forma gratuita con los diarios PP El verdadero y El Telégrafo;  hemos tomado esta herramienta para la reflexión porque dado su contenido y la masiva difusión, constituye desde nuestra perspectiva el mejor ejemplo del discurso oficial.
A partir del análisis de lo que dice Rafael Corea en su discurso emblemático durante la jornada en cuestión y de la manera en que es sustentado con los signos visuales en el documental “Muchedumbre”, nos proponemos explicar de qué manera el mensaje oficial que toma cuerpo o adquiere sentido en dicho producto audiovisual, constituye un dispositivo de enajenación del sujeto político; entendiendo por dispositivo la cita que Agamben recoge de Foucault:
Un conjunto resueltamente heterogéneo que incluye discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas, brevemente, lo dicho y también lo no dicho, éstos son los elementos del dispositivo. El dispositivo mismo es la red que se establece entre estos elementos (…) por dispositivo, entiendo una especie –digamos- de formación que tuvo por función mayor responder a una emergencia en un determinado momento. El dispositivo tiene pues una función estratégica dominante… El dispositivo está siempre inscrito en un juego de poder (Agamben, 2005: 22).
De esta manera los dispositivos se establecen como instrumentos de una acción lingüística que en el documental analizado se nutre de imágenes, para hacer efectivo el aprisionamiento de la realidad y el ordenamiento social.

  El juego de la representación.
Uno de los mayores éxitos de los medios masivos, es la supremacía de la imagen como sinónimo de verdad, que crea una especie de vínculo entre el espectador y lo que ve, el ojo cree en lo que ve y parecería que solo existe lo que puede ser captado por el lente de una cámara, como lo señala Sartori: “en suma: lo visible nos aprisiona en lo visible. Para el hombre que puede ver (y ya está), lo que no ve no existe. La amputación es inmensa, y empeora a causa del por qué y del cómo la televisión elige ese detalle visible, entre otros cien o mil acontecimientos igualmente dignos de consideración” (Sartori, 1998: 84-85).
Desde la perspectiva de Sartori, no sería difícil comprender la estrecha relación entre los poderes político y mediático como mecanismo de neutralización de la opinión pública, sin embargo no deja de ser interesante evidenciar las particulares maneras en que se hace efectivo el aprisionamiento de lo visible, como plantea el autor.  
Uno de los ejemplos más descriptivos para comprender el juego de la representación lo encontramos en el surrealismo de René Magritte, particularmente nos llama la atención su clásica obra La condición humana (1933), donde el pintor belga nos invita a reflexionar sobre la enajenación de la realidad y la necesidad de deconstruir la ilusión que está detrás del objeto representado. En la obra que hemos traído a colación está una ventana, a través de la cual observamos el paisaje de un día de campo iluminado en cuyo cielo predominan las nubes, donde el autor superpone un lienzo sostenido en un caballete, en el cual se dibuja exactamente un extracto del campo.  
El montaje del cuadro sobre la realidad nos muestra la dinámica de dos espacios diferentes pero complementarios, la realidad y su representación, y nos lleva a reflexionar alrededor de dos condiciones humanas, la primera, el recorte de la realidad que significa la observación y la segunda, cómo aquello que nos revelan nuestras percepciones, a modo de un cristal transparente, nos aprisiona en lo visible, en una construcción que, aunque devela, oculta, pero sobre la cual tenemos más control que la incierta realidad.
Si llevamos este ejercicio de interiorización de la realidad al plano de las formas de enunciación del campo político y mediático, podemos analizar la manera en que, en el caso del 30-S, los discursos del presidente Correa se convierten en ese cristal que proporciona masivamente un esquema para organizar y categorizar los hechos, en definitiva, un dispositivo institucional que, al inscribirse en un juego de poder, muestra y oculta lo que está afuera de la ventana.

 El componente melodramático en el lenguaje verbal e icónico.
Dada la centralidad que constituyen los medios de comunicación en la vida social, es innegable el traslado de la palestra política a los escenarios audiovisuales.
Los medios de comunicación han determinado las formas de hacer la política en la sociedad contemporánea ya que se han establecido como el escenario prioritario para el debate de las ideas; el dispositivo preferido y más efectivo para comunicarse entre gobiernos y ciudadanos, políticos y candidatos; el mecanismo preferido para consultar las opiniones de la sociedad; el lenguaje más atractivo para construir consensos y disensos (Rincón, 2008:13).
La construcción de consensos y disensos en la temática que encierra Muchedumbre está atravesada por el componente melodramático, el mismo que no sólo constituye el pincel que da forma y color al conflicto entre ‘buenos y malos’ sino que se traduce en una consigna moralizante, un “presupuesto implícito o un acto de palabra” (Austin, 1990: 84) provocando un efecto de subjetivación de los enunciados. Además, es preciso mencionar que en la sinopsis del video se especifica que la reconstrucción cronológica de los hechos se basa en evidencias documentales, lo cual deja sentado el pacto con el lector, quien de entrada ya asume una actitud receptiva y confiada de lo que le van a mostrar.
La historia comienza con un brevísimo recorrido por imágenes y relatos sobre la inestabilidad democrática del país desde 1996, resaltan las figuras de los ex Presidentes Abdalá Bucarám, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez, quienes fueron expulsados del poder por una muchedumbre movilizada por un descontento generalizado, un sujeto social abstracto, homogéneo, desprovisto de historia y de identidad política por el documental. Y es que, aunque “Muchedumbre” sea el nombre de la película, el papel protagónico no se deposita en ésta, aquella significó, lo que en el cuadro de Magritte vendrían a representar las nubes, un elemento que forma parte del paisaje pero puede ser recortado por el lienzo sin afectar a la visibilidad del árbol que está detrás.
De esta manera la imagen inmediatamente visible que proyecta una muchedumbre que tumba presidentes, que se muestra desafiante y a la vez víctima de la ‘larga noche neoliberal’, más que ser la protagonista de la historia constituye la razón de ser, de quien sí encarna el papel principal, el presidente Correa; quien aparece por primera vez a los 5 minutos con 45 segundos de rodado el filme, junto a su esposa e hijos en misa, primero de pie y luego arrodillado en posición de oración, con sus manos juntas, ojos cerrados y su cabeza inclinada.
A continuación de aquello se lo ve en medio de gente, abrazando y saludando a un grupo de personas que lo rodean amigablemente. A todo esto se acompaña la voz en off del narrador omnipresente, uno de los recursos más utilizados en la novela literaria, quien manifiesta: “Rafael Correa, economista y profesor universitario, conocido en ámbitos académicos y muy poco en los políticos, con un discurso de izquierda, ganó la Presidencia a los grupos de poder” (Muñoz, Muchedumbre 30-S: 2011).
De esta manera se presenta la imagen purificada del personaje, un hombre que denota confianza porque además de proyectar la figura de un respetable hombre de familia y católico practicante, aparece en la escena política libre de la viciosa herencia de la partidocracia, que llega sólo al poder, con un discurso de izquierda; nuevamente surge el efecto de la invisibilización de los componentes históricos.
Una vez posicionado el personaje principal y delimitados los márgenes de entendimiento de su imagen y lugar de enunciación, la historia continúa con la narración del conflicto que, según se explica en el documental, se desata tras la aprobación por parte de la Asamblea Nacional de la Ley Orgánica del Servicio Público, el 29 de septiembre del 2010, en la cual se establece la equiparación de sueldos de los funcionarios del Estado y eliminación de los ingresos adicionales de militares y policías por asensos de Grado. También menciona los 3 años 8 meses que para ese entonces llevaba gobernando Correa, “una cifra récord para el Ecuador contemporáneo” resalta el narrador en el documental, quien también puso énfasis en destacar que contaba con el respaldo de “más del 60% de los electores”, aunque sus “opositores no le habían perdonado su estilo ni los cambios que afectaran al modelo social y económico que muchos se empeñaban en sostener” (Muñoz, Muchedumbre 30-S: 2011).
Las palabras y las imágenes tejen una red discursiva de semejanzas otorgando un sentido de realidad incuestionable a los personajes representados.
Se ha llegado a advertir que muchas palabras especialmente desconcertantes, incluidas en enunciados que parecen ser descriptivos, no sirven para indicar alguna característica adicional, particularmente curiosa o extraña de la realidad, sino para indicar (y no para registrar) las circunstancias en que se formula el enunciado o las restricciones a que está sometido, o a la manera en que debe ser tomado, etc. (Austin, 1990:43).
Es así que el primer juego de la representación en Muchedumbre es el signo del ‘bueno’ y el ‘malo’, imágenes estereotipadas que otorgan una serie de características y cualidades morales a los personajes que se presentan bajo una construcción lógica, una coherencia entre los enunciados narrativos y visuales, que más allá de significar una mera descripción del escenario político, constituyen un condicionamiento que, como lo señala el filósofo británico, convierten al enunciado en un indicativo que nos encuadra la manera en que debe ser tomado, interiorizado, recibido por el espectador, evidenciándose de esta manera “la falacia descriptiva” (Austin, 1990: 43).
La composición melodramática de los acontecimientos del 30-S en Muchedumbre, constituye el lienzo o la plataforma donde adquiere coherencia la representación o como diría Austin, donde se hace efectivo el enunciado realizativo o ilocutivo, el cual, “indica que emitir la expresión es realizar una acción y que ésta no se concibe normalmente como el mero decir algo” (Austin, 1990: 47). En el análisis de los discursos dados por Correa evidenciaremos de mejor manera esta facultad de los enunciados que al ser pronunciados generan la acción.
Según las declaraciones que da en el documental Rafael Correa, aquella jornada del 30-S había empezado su día con la rehabilitación de su rodilla, la misma que tenía 10 días de operado, luego de llegar a su oficina le informan que los policías se habían tomado el Regimiento Quito en protesta a la reciente aprobación de la Ley de Servicio Público, fue entonces cuando decidió ir al lugar de la protesta, dijo.
El documental muestra la imagen de Correa que llega en un carro al Regimiento Quito en medio de la aglomeración de gente civil y uniformada. La guardia presidencial intenta protegerlo del disturbio, uno de sus escoltas dice “cuidado las piedras”, en ese momento el Presidente se baja del carro y evidentemente en actitud enojada se afloja la corbata, se abre paso entre sus guardaespaldas y dice:
-    ¡Ábrase de aquí!, ¡ábrase! ¿Me quieren tirar piedras? (con visible actitud enfurecida se zafa la corbata) (…) ¡Aquí está!
Interviene uno de sus escoltas y le dice:
-    ¡Señor Presidente, tranquilo!
Correa insiste en actitud desafiante:
-    ¡¿Quieren tirar piedras!?, ¡¿Quieren disparar?!
El guardia dice:
-     Esa no es la forma, esa no es la forma Presidente…
Apoyándose en uno de sus guardias el Presidente logra abrirse camino entre la gente que lo hostigaba llamándolo “¡mentiroso!” y entra al Regimiento; en medio del disturbio cruza palabras con una mujer manifestante, que la cámara no logra enfocar, a la cual le pregunta insistentemente:
-     ¿Cuánto ganaba antes de nuestro gobierno? (…) usted señora ¿cómo puede ser tan ingrata? (...) pidan cosas que valgan la pena pedir, vivienda fiscal que estamos construyendo (...) ¿Usted es la que me gritaba mentiroso? Después de esto. Cuando nadie ha hecho tanto por ustedes…
La mujer increpada, sin mayor capacidad de respuesta termina gritando “¡El voto le dimos señor presidente!”. Es entonces, cuando Correa logra entrar al edificio hasta un segundo piso y desde una ventana se dirige a los manifestantes. Con micrófono en mano exclama:
-    Créanme… que de cualquier institución… esperaba algo así, menos de la Policía Nacional. (La multitud lo abuchea con chiflidos)
En este momento se contrastan las imágenes del Regimiento con la de Correa sentado en una silla en su oficina, para explicar:
-     Era fácil demostrar las mentiras con que los había llenado Sociedad Patriótica, Gutiérrez, cierta prensa, etc., entonces íbamos con mucha seguridad que lo que estábamos haciendo era bueno, era bueno sobre todo para la tropa. No nos dejaron dialogar.
Nuevamente vuelve la imagen de Correa con su discurso en el Regimiento cuando es interrumpido por los policías que proclaman el nombre de Lucio Gutiérrez:
-     ¡Eso hizo Lucio!, ¡eso hizo Lucio!
De esta manera la imagen sustenta el discurso y le da sentido, ahora nadie puede negar quién estuvo detrás de los hechos, la coherencia no parte de quien lo dice, sino de lo que el receptor puede ver y oír a través de sus propios sentidos. La finalidad que persigue esta expresión mostrada desde el documental es la de señalar directamente al enemigo, pero también, la de generar la unidad de los receptores, un encuentro común, una identidad en torno al rechazo del opositor.
Continúa el discurso del Presidente desde el Regimiento:
-   La política es tratar de maximizar los sueldos y que de ahí todos puedan dignamente adquirir los servicios para su familia…Luchen por cosas que valga la pena luchar (…) ¡Pónganse la Patria en el pecho!... ¡vean cuanta miseria existe!... ¡cuánta gente ni siquiera tiene trabajo!
Luego, desde Carondelet, dice:
-     No es la primera vez que el Presidente va directamente a dialogar cuando hay esta clase de problemas, lo hemos hecho en múltiples ocasiones, con problemas laborales, problemas políticos, problemas indígenas, etc. Directamente el Presidente dialoga, ese es nuestro estilo.
Vuelve la escena del Regimiento, Correa con actitud desafiante y visiblemente molesto, se suelta la corbata, se golpea el pecho, mientras dice:
-    Señores, si quieren matar al Presidente… ¡aquí está! ¡Mátenlo pues si les da la gana!... ¡mátenlo si tienen poder!... ¡mátenlo si tienen valor!... ¡en vez de estar en la muchedumbre…! ¡cobardemente escondidos!
-     Pero seguiremos, con una sola política de justicia, de dignidad, no daremos ni un paso atrás! Si quieren tomarse los cuarteles, si quieren dejar a la ciudadanía indefensa, si quieren traicionar su misión de policías, su juramento… ¡traiciónenlo!
-     Si quieren destruir la Patria, ¡aquí está!, ¡destrúyanla! Pero este Presidente no dará ni un paso atrás… ¡Viva la Patria!
En ese momento, en medio de la furia de los manifestantes, el Presidente sale del Regimiento, la policía lo acorrala en una nube de bombas lacrimógenas, el escenario es de gran hostilidad, logra llegar al hospital de la policía, de donde la multitud le impide salir, hasta que es rescatado finalmente por el ejército en horas de la noche, tras un intenso tiroteo entre policías y militares.
El documental continúa su narración de los hechos una vez que el primer mandatario es detenido en el hospital y se genera la movilización social que acude a su rescate, desatándose el momento más trágico del drama, cuando los familiares de las personas que murieron y testigos dan sus testimonios; toda la “irracionalidad” de aquellos opositores y policías que habían caído sobre el protagonista, dejó el saldo de 10 fallecidos en todo el país y cerca de 300 heridos, según la narración. El bueno de la historia, que buscaba dialogar, el que más había hecho por ellos, fue violentado, insultado y desconocido; al más puro estilo del vejamen melodramático.
El documental hace uso de un incesante juego de contraste entre las imágenes de Correa en el Regimiento Quito, mientras emite su discurso, en un ambiente adverso, con actitud descontrolada, e inmediatamente surge la imagen del Presidente sentado en una silla desde el Palacio de Gobierno, en actitud serena y racional, explicando los hechos. Es interesante ver como se construye la justificación de los actos del primer mandatario, no desde la imagen descompuesta del actor cuando está frente a los policías en actitud desafiante y no escucha las advertencias de sus guardias de seguridad, que le repitieron insistentemente “esa no es la forma Presidente”, sino que la explicación se da posteriormente, desde la figura solemne del gobernante, lo cual no es casual, puesto que se establecen las condiciones mediáticas para que el enunciado realizativo tenga éxito, sea creíble.
No pretendemos calificar la veracidad o falsedad de lo que se dice, ni mucho menos justificar la sublevación policial y sus agresiones a la ciudadanía; sino evidenciar la manera en que ese decir, no constituye un mero acto comunicativo, así como el cuadro del pintor en Magritte no es un simple reflejo de la realidad. La representación de los hechos desde el oficialismo, se construye en un acto de palabra, en un acto ilocutivo (Austin: 1990), es decir las palabras realizan una acción más allá de lo dicho.
Las célebres tesis de Austin muestran claramente que, entre la acción y la palabra, no sólo hay diversas relaciones extrínsecas tales que un enunciado puede describir una acción en un modo indicativo o bien provocarla en un modo imperativo, etc. También hay relaciones intrínsecas entre la palabra y ciertas acciones que se realizan al decir-las (…), y más generalmente entre la palabra y ciertas acciones que se realizan al hablar (Deleuze, 2000:83).
La fuerza ilocutiva de los enunciados de Correa cuando, por ejemplo, indaga a la mujer manifestante sobre cuánto ganaba antes de su gobierno y sobre su ingratitud cuando nadie ha hecho tanto por ella, contiene un presupuesto implícito que constituye un acto interno de la palabra en la medida en que el Presidente no solo cuestiona explícitamente a la mujer, sino a todo aquel que ponga en duda la buena fe de sus actos. Sus palabras están aleccionando implícitamente a los receptores de su mensaje, al país; de esta manera lo que dice Correa implica un mandato moral, el de agradecer lo que hace por nosotros.
De igual manera podríamos leer la explicación que da sobre los objetivos de la Ley en disputa y la apelación a ver la miseria y a la falta de trabajo en el país, como elementos reales que desautorizan los reclamos de los manifestantes a partir de preceptos colectivos, como lo es la lucha por terminar con la pobreza, los mismos que no dejan espacio a la duda sobre el beneficio de la normativa.
Cuando Correa desafía a los policías a matarlo y a destruir la Patria, si asó lo quieren, se evidencia el mayor acto de performatividad de su discurso, porque vincula directamente el magnicidio con la destrucción de la nación. Produciéndose de esta manera la encarnación de los íconos de la democracia, patria y nación en la figura de un solo hombre, Rafael Correa; consolidándose la representación de la imagen del poder soberano.
Los enunciados y las imágenes del protagonista “víctima y héroe” están cargados de un carácter performativo, en la medida que desbordan lo informativo, no solo dicen sino que construyen el imaginario social transmitiendo una sola consigna: “defender a Correa es defender la democracia”; como lo explica Deleuze “Las consignas no remiten, pues, únicamente a mandatos, sino a todos los actos que están ligados a enunciados por una “obligación social’” (Deleuze, 2000: 84), es así que el rescate del Presidente se confunde hasta identificarse con el “triunfo de la democracia”. Dicho sentido está tan mimetizado en el documental de Muchedumbre que su constante repetición vuelve cada vez más difícil la diferenciación entre la realidad y la imagen, entre los hechos y la lectura oficial de los mismos, que se superponen como en los cuadros de Magritte, en una dinámica de develación y ocultamiento, es allí cuando se produce el aprisionamiento de lo visible y el control social.
Desde la dinámica de las sociedades de control “encerrar el afuera, encerrar lo virtual, significa neutralizar la potencia de invención y codificar la repetición para quitarle toda potencia de variación, para reducirla a una simple reproducción” (Lazzarato, 2006: 87-88), por eso se vuelve fundamental para el poder, en este caso político, modular las subjetividades, porque lo que está en juego no es el poder de gobernar, sino de delinear una determinada verdad que sustente los parámetros de orden y obediencia asumidas como propias, en la práctica social.
Pero detrás del juego de la representación que se superpone y de las dinámicas de poder que ésta encierra, persiste una realidad visible que está más allá del lienzo que constituyen los medios de comunicación, el deber de nuestra sociedad es ir con el pensamiento crítico más allá de lo que perciben nuestros ojos, hasta ser capaces de ver a través del objeto que oculta.

Bibliografía.
  • Agamben, Giorgio (2005). “¿Qué es un dispositivo?”, en Conferencias en Argentina. Buenos Aires, Milena Caserola.
  • Austin, John (1990). Cómo hacer cosas con palabras, España, Paidós.
  • Deleuze, Gilles y Félix Guattari (2000). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-textos.
  • Lazzarato, Maurizzio (2006). Políticas del acontecimiento, Buenos Aires, Tinta Limón.
  • Rincón, Omar (2008). “La nación como un happening mediático” en La Nación de los medios, Bogotá, Universidad de los Andes, pp. 11-21.
  • Sartori, Giovanni (1998). Homo Videns. La sociedad teledirigida, Madrid, Editorial Taurus.

Filmografía.
·         Muchedumbre 30S, 2011, Rodolfo Muñoz.

Ficha Técnica.
Título original: MUCHEDUMBRE 30S
Género: Documental
País: Ecuador
Año: 2011
Dirección: Rodolfo Muñoz
Producción: Rodolfo Muñoz & Comunicadores Asociados
Duración: 90 minutos.

Violencia en Colombia: En la exhibición pública está el ocultamiento

Ensayo realizado el 22 de octubre del 2008.

Por Nathalia Cedillo C.
Durante este año, Teleamazonas ha retransmitido en nuestro país dos de las series colombianas más controversiales de los últimos tiempos, realizadas por el canal Caracol; que han causado gran impacto en el país vecino como en el nuestro. Se trata de “Sin tetas no hay paraíso”, una adaptación basada en el libro homónimo de Gustavo Bolívar, que cuenta la historia de una joven de 17 años que tiene senos pequeños y decide seguir los pasos de sus amigas, que con implantes de silicona consiguen novios traquetos[1], que las mantienen económicamente a cambio de favores sexuales y; “El cartel”, basada en el libro “El cartel de los sapos” de Andrés López López, ex narcotraficante, quien cuenta la historia de uno de los más poderosos carteles del narcotráfico de Colombia y del mundo: el cartel del Norte del Valle.
Las dos series se caracterizan por mostrar diversos ámbitos del poder corruptor y violento del narcotráfico, del cual no se salvan ni siquiera los denominados “representantes del orden” público. En una entrevista realizada por TV LATINA, Paulo Laserna, presidente de Caracol Televisión, aseguró que series como las mencionadas, “reflejan el interés del canal por plantear debates sobre las preocupaciones contemporáneas de nuestra sociedad”[2]. Sin duda, los altos niveles de audiencia que generaron estas producciones en Colombia, son una muestra de que efectivamente se tomaron muy en cuenta las inquietudes de una sociedad ansiosa por encontrar explicaciones y salidas al círculo de violencia que la agobia, pero ¿qué nivel de reflexión crítica puede alcanzar una sociedad profundamente violentada que encuentra en la televisión un retrato espectacularizado de su realidad?.
Como lo afirma Noelle-Neuman “en la actualidad la televisión crea, con el color y el sonido, una gran confusión entre la propia observación y la observación mediada”[3], es decir, ya no basta con vivir a diario el conflicto y la paranoia de la violencia, ahora se puede ver el reprise por televisión; si no entendemos lo que vemos con nuestros ojos, la televisión nos lo explica.
Uno de los mayores éxitos de los medios masivos, principalmente de la televisión, es la supremacía de la imagen como sinónimo de verdad, se crea una especie de vínculo entre el espectador y lo que ve, el ojo cree en lo que ve y parecería que solo existe lo que puede ser captado por el lente de una cámara. Como lo señala Sartori: “En suma: lo visible nos aprisiona en lo visible. Para el hombre que puede ver (y ya está), lo que no ve no existe. La amputación es inmensa, y empeora a causa del por qué y del cómo la televisión elige ese detalle visible, entre otros cien o mil acontecimientos igualmente dignos de consideración”[4], esto me lleva a preguntar ¿bajo qué parámetros la televisión decide escoger uno y no otro “detalle visible”? y la búsqueda de respuesta me transporta por distintos lugares, pero hay un elemento que quizá abarque mayoritariamente las opciones y la encuentro en la estrecha vinculación entre el capital y los medios, la expansión y perdurabilidad de la ideología capitalista depende en gran medida de la visión de la realidad que nos presentan los mass media.
El problema es que se está trasladando el efecto del embelesamiento mediático a la mirada de la realidad y esto es preocupante, si partimos de la idea de que lo que necesita una sociedad es una opinión pública crítica no alienada.
Ante esta perturbadora paradoja, la duda que me surge y que analizaré en el siguiente ensayo es: ¿la exhibición pública de la violencia en Colombia a través de sus series televisivas es una muestra de denuncia u ocultamiento?.
  
Enfoque: La moraleja.
A primera vista, lo que me despertó ver las dos series, fue una profunda consternación y confusión, aún me cuesta creer que la irracionalidad humana alcance niveles tan perversos. Sin duda, había sido presa, nuevamente, del juego mediático, al interiorizar un discurso que apelaba a mis emociones. Fue entonces cuando decidí darle mayor provecho a la actividad de ver televisión.
Viendo de modo más objetivo la impactante exhibición de violencia cruel, pude percibir que la intención de la serie, no era precisamente aportar a la comprensión crítica del conflicto colombiano, sino dejarnos moralejas; enseñanzas socialmente establecidas que sin apelar al conocimiento determinan el sentido del juego que nosotros interiorizamos, aquello que Bordieu entiende como el habitus[5]; que posteriormente es el origen de la autocensura o del silenciamiento de la opinión pública.
Las dos series apelan a la responsabilidad individual. Ambos personajes protagonistas, Catalina (Sin tetas no hay paraíso) y Martín (El Cartel), quienes en la búsqueda de ser “alguien en la vida” se enrumban por un camino de ambición, traiciones y “dinero fácil”, terminan pagando precios muy altos por sus deseos, como la muerte y la cárcel respectivamente. Las series en lugar de explicar o dar argumentos históricos que sirvan para comprender cómo la sociedad colombiana ha sido capaz de llegar a niveles tan extremos de violencia, prefieren limitarse a dejar un mensaje claro y preciso: “esto es malo”; masificando así una lectura moral manipulada de la realidad.
Ambas producciones manejan el esquema de la criminalización de la pobreza, a partir de la fórmula: pobreza + ambición = violencia; tomando en cuenta que los medios graban los estereotipos mediante innumerables repeticiones (Noelle-Neumann: 1995). Es otra forma de decirnos que todo pobre es un potencial delincuente y perturbador del orden; pero ¿para qué?, ¿cuál es el sentido?. Desde mi perspectiva, uno de los mayores beneficiados en explotar al máximo la crueldad de la violencia en el vecino país, es el poder encarnado en la figura de Álvaro Uribe y su plan de seguridad nacional con “mano dura”. No creo que la cadena Caracol y Uribe se hayan puesto de acuerdo maquiavélicamente para explotar comercialmente el conflicto, pero sin duda pueden existir interacciones en donde coincidan los campos político y mediático, en función de la uniformidad y el condicionamiento social.
En Colombia, la violencia brutal se ha convertido en ejercicio político de normalización y construcción de significaciones. Este es un punto en el cual los campos político y mediático suelen coincidir. Considero, en este caso, que la televisión puso su capital simbólico a disposición de la legitimación del statu-quo: ”la lucha contra el terrorismo”, protagonizada por Álvaro Uribe. Frente a un escenario tan convulsionado, el tirano poder puede purificarse detrás del velo de un discurso moral; que al amparo de una “justicia” justifica su ejercicio brutal, construyendo de esta manera una lucha aparente de dominación del bien sobre el mal.

Opinión pública silenciada.
La puesta en escena de la brutal violencia en Colombia, ha levantado algunas voces de protesta. En Pereira, ciudad de origen del personaje Catalina de “Sin tetas no hay paraíso”, se desencadenaron marchas por parte del alcalde y ciudadanos que consideraban a la serie como atentatoria al buen nombre de las mujeres de la ciudad y sus instituciones, además de estigmatizar a sus habitantes como narcotraficantes, mujeres "prepago" (prostitutas), sicarios y traquetos. Por otro lado “El cartel”, desató la crítica de la policía nacional, el General Oscar Naranjo, en un publicado del periódico El Tiempo hizo afirmaciones en defensa de la institución, dijo: “Al final de cuentas, lo que se esperaría es que esta tragedia del narcotráfico, padecida especialmente por los más humildes, se empiece a reparar con unos mínimos de verdad. Sin embargo, de cara a la pantalla de televisión, las primeras imágenes de la adaptación del seriado lo que realmente han hecho es confundirnos con verdades a medias, ridiculizar al Estado y sus instituciones y, muy particularmente, transformar en villanos a héroes que enfrentaron el poder asesino y corruptor del narcotráfico”[6].
Me pregunto cuál es la dimensión de la opinión pública que expresan estas manifestaciones. Considero que lo que hemos visto es el pronunciamiento de sectores de la sociedad en función de sus intereses particulares o de grupo y cuyas opiniones vertidas se limitan al contexto que preestableció el medio de comunicación. La población no se movilizó en contra del conflicto real, sino en defensa de su capital simbólico. Esto es un ejemplo del efecto del embelesamiento mediático al que me refería al inicio de este trabajo, la representación pasó a ser más ofensiva y movilizadora que la abrupta realidad. Los intereses privados se hacen públicos, mientras que las causas socio-económicas de la violencia, tema de interés colectivo, se desplazan.
Por otro lado, como afirma Luhmann, la opinión pública ha cumplido su función cuando ha llevado un tema a la mesa de negociación (Noelle-Neumann: 1995), eso no ha sucedido en Colombia; las series continúan exhibiéndose y vendiéndose exitosamente por varios países de Latinoamérica y Europa y ningún sector de la sociedad civil ha podido exigir cuentas al gobierno y, mucho menos, pactar con él una salida democrática y pacífica al conflicto.
¿Cuál ha sido, entonces, el efecto de una sobreexposición mediática de la violencia en función del interés económico? Una opinión pública silenciada, incapaz de incidir sobre el Estado.
En un país como Colombia, donde la polarización política alcanza altos niveles de criminalización de cualquier discurso o pensamiento disidente, donde no se discuten las ideas desde los argumentos sino desde la negación y el estigma del otro; el clima de opiniones que las series televisivas en cuestión han levantado no solo están generando una grave confusión entre la realidad y la ficción sino, sobre todo alimentan la desmovilización y el control social.
El clima de opiniones que se levanta, producto de la tergiversación de sentidos que producen estas series, genera una nueva espiral del silencio como define Noelle-Neumann, al proceso violento de control social, donde los individuos se sujetan a actitudes predominantes y repetitivas por miedo al aislamiento. Es decir, se direccionan de modo errado los puntos de vista hacia temas que no son los trascendentales, convierten al espectador en consumidor de su propia realidad y no apelan a la pedagogía de la ciudadanía; quienes no encuentran en estas producciones herramientas que les permitan construir una opinión pública reflexiva, constructiva y propositiva, más allá de los acaloramientos de la indignación. La falta de compresión de la realidad conlleva a los individuos a la autocensura y ésta a su vez, silencia a la opinión pública.
Considero que el silenciamiento de la opinión pública no solo se consigue, como lo es en el caso colombiano, desde el terror sino, desde la exhibición cruda y personalizada de la violencia, aislada de su contexto estructural.

El Ocultamiento.
Cabe recalcar que con la lectura de las series mencionadas en ningún momento he pretendido desconocer la existencia de otros espacios, más allá de la televisión, generados particularmente desde la cultura, que dan paso a nuevos hablantes y distintos reconocimientos de lo social en la propia Colombia.
Si bien, es cierto, como afirma Narváez Montoya, muchas veces caemos en la confusión de creer que los medios son el espacio por excelencia de conformación de opinión pública, sin embargo, no podemos dejar de reconocer que “son uno de los sujetos actuantes en ella; y no sólo uno más, sino el más poderoso, por ahora, puesto que combina poder ideológico con poder económico y, gracias a ellos, también poder político e incluso militar, pues son el sujeto social al que más se inclinan los poderes del Estado”[7].
A simple vista, parecería ser que la emisión de series como “Sin tetas no hay paraíso” y “El cartel” podrían significar un aporte, como lo dijo el presidente de la cadena Caracol, para el debate de los problemas sociales que aquejan a Colombia; el problema es que, en la práctica, el discurso no tiene sustento real. Ana María Miralles y su reflexión sobre el periodismo liberal, nos permite comprender que la opinión pública no puede construirse a través de una práctica periodística que no se compromete con la formación de públicos en el sentido político del término, sino que solo busca la conformación de audiencias.
“Esta ausencia de compromiso frente a los hechos, al menos en apariencia, ha creado la sensación de que, tras el modelo liberal de la información, no hay un proyecto político, que se trata de un modelo neutral”[8]. Nada más ilusorio, puesto que, existe un interés comercial de por medio. Los seriados televisivos no sólo espectacularizan la violencia, sino que la mercantilizan. La guerra en Colombia se ha convertido en un enlatado mediático más de exportación.
El ocultamiento es la mercantilización de la realidad. Como toda mercancía en el sistema capitalista industrial, la vida social se reproduce en serie, en fábricas mediáticas y con un mismo corte ideológico que luego se vende a los consumidores. Este proceso mercantil que genera mayor expansión de la información, ha desatado un frenesí mediático en busca del rating; atrás quedaron las prácticas que legitiman el verdadero periodismo, la investigación alrededor de un problema, sus antecedentes históricos, su trama social y cultural y su implicación económica, en definitiva la mediación: “el punto de encuentro y de confrontación entre los hechos, los datos empíricos y la valoración de sus significados y sus efectos”[9]. Por el contrario, hoy la primacía no es la reflexión profunda, sino la inmediatez, aunque se trate de un error involuntario o consiente del periodista, lo que busca es estar en el lugar de los hechos, en vivo y en directo, poder llevar la imagen inmediata de los acontecimientos sin mayor esfuerzo intelectual, para que el público lo vea y lo juzgue, ¿para qué las palabras si “las imágenes hablan por sí mismas”?.
Esta saturación de hechos mostrados crudamente, más que llevarnos a la comprensión, genera un fenómeno de obscenidad donde las imágenes saturan la sensibilidad. La mercantilización de la violencia es otra forma de perder el sentido entre lo real y lo ilusorio, la sobre-exposición de la realidad nos hace caer en una fascinación vertiginosa que puede llegar inclusive a neutralizar la imaginación, si ya todo se muestra ¿dónde queda la representación como elemento necesario de la conciencia?. Lo más peligroso es que este proceso se vuelve visible cuando, como demuestra Sartori en su análisis sobre los sondeos, la opinión pública se vuelve [10]“un rebote de lo que sostienen los medios de comunicación” y de esta manera se cierra el círculo de alienación. Esta moderna construcción de imaginarios desde la obscenidad de la realidad sobre-expuesta y la sobreproducción de información-mercancía pretenden conducirnos hacia la consolidación de un único pensamiento.
El efecto de embelesamiento producido por la abierta exhibición de la violencia, reduce nuestra capacidad humana de racionalizar los hechos a una pasiva recepción de estímulos, una desustancialización que nos alerta sobre la necesidad de romper con la espiral del silencio a la que nos sumerge nuestro rol de espectadores.

 Bibliografía:
  • Abad, Gustavo. El periodismo olvidado: las instituciones mediáticas ante la rebelión de las audiencias. Informe final de investigación. Universidad Andina Simón Bolívar.
  •  Gutiérrez, Alicia. Pierre Bordieu: las prácticas sociales. Centro Editor de América Latina, 1994.
  •  Miralles, Ana María. Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana. Grupo editorial Norma, 2001.
  • Noelle-Neuman Elisabeth, La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, Ediciones Paidós, 1995.
  • Narváez Montoya, Ancízar. Cultura política y cultura mediática. Esfera pública, intereses y códigos. En Economía política, comunicación y conocimiento: una perspectiva crítica latinoamericana. Ediciones La Crujía, 2005.
  • Sartori, Giovanni, Homo Videns, Editorial Taurus 1998.


[1] Traqueto: Término usado en Colombia para identificar a la persona o individuo relacionado directamente con el tráfico de drogas. La palabra traqueto surge de la imitación del sonido de una ametralladora al disparar.
[2] http://www.tvlatina.tv/interviewscurrent.php?filename=phillips0808.htm
[3] Noelle-Neuman Elisabeth, La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, Ediciones Paidós, 1995, Pág. 205.
[4] Sartori, Giovanni, Homo Videns, Editorial Taurus 1998, P. 84, 85.
[5] Véase: Pierre Bordieu: las prácticas sociales, de Alicia Gutiérrez. Centro Editor de América Latina. Pág. 16.
[6] http://www.eltiempo.com/colombia/justicia_c/home/ARTICULO-WEB-PLANTILLA_NOTA_INTERIOR-4241140.html
[7] Narváez Montoya, Ancízar. Cultura política y cultura mediática. Esfera pública, intereses y códigos. En Economía política, comunicación y conocimiento: una perspectiva crítica latinoamericana. Ediciones La Crujía, 2005. Pág. 223.
[8] Miralles, Ana María. Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana. Grupo editorial Norma, 2001. Pág. 39
[9] Abad, Gustavo. El periodismo olvidado: las instituciones mediáticas ante la rebelión de las audiencias. Informe final de investigación. Universidad Andina Simón Bolívar. Pág. 14
[10] Sartori, Giovanni, Homo Videns, Editorial Taurus 1998, P. 74.

El discurso del "terrorismo" en el conflicto colombiano

Ensayo realizado el 14 de marzo del 2008.

Por Nathalia Cedillo C.
En este ensayo reuniré conceptos de tres importantes pensadores, como lo son Foucault, Bourdieu y Said, para analizar el manejo discursivo de la palabra “terrorismo” (así como su derivación “terrorista”), utilizada en el discurso oficial del gobierno colombiano, para justificar la violencia al interior de este país y la reciente incursión de su ejército en territorio ecuatoriano; sucedida el pasado 1 de marzo en los alrededores del caserío de Angostura en la frontera norte del Ecuador; en la cual se llevó a cabo el bombardeo a un campamento de las FARC-EP; masacre que cobró la vida de Raúl Reyes (segundo jefe y vocero internacional del grupo) y más de veinte personas, entre las que se encontraban guerrilleros y jóvenes mexicanos estudiantes de la Universidad Autónoma de la ciudad de México.

Antecedentes y breve recuento histórico:
La palabra “terrorismo”[1] apareció por primera vez en Francia durante la Revolución Francesa, cuando el gobierno jacobino encabezado por Robespierre ejecutaba o encarcelaba a los opositores, sin respetar las garantías del debido proceso. El término comenzó a ser utilizado entonces como propaganda contra el gobierno revolucionario, por su accionar en la línea del terrorismo de Estado. La expresión “terrorismo” proveniente de la palabra francesa del siglo XVIII terrorisme "bajo el terror", significó entonces el uso calculado de violencia o la amenaza de la misma por parte del Estado contra la población civil, normalmente con el propósito de obtener algún fin político o religioso.
Luego del atentado al Pentágono y a las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre del 2001, el término fue recalcado extensivamente por la propaganda norteamericana. Estos hechos fueron la “justificación” que manejó el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, para lanzar una campaña de "lucha contra el terrorismo" y "por la salvación de la civilización", y con ello organizar ataques masivos e inminentes, que aseguraran su influencia sobre las zonas vitales para los abastecimientos energéticos de su país.
En el 2005, época en la cual Colombia se encontraba en proceso de campaña electoral para elegir un nuevo mandatario, el entonces presidente y candidato a la reelección Álvaro Uribe exclamó una sentenciosa frase: “Colombia no tiene cabida para los terroristas”. Es así como bajo la promesa del endurecimiento de la “lucha contra el narcotráfico y los terroristas” comenzó la segunda era del gobierno uribista, caracterizada por la práctica del terror en nombre de la justicia.

Estructura política de la violencia:
El bombardeo al campamento de las FARC-EP fue “justificado” bajo la excusa de que se trató de una “operación de combate”, término que sugería el enfrentamiento de los dos grupos implicados, cosa que no fue cierta, porque el ataque sorprendió dormidos a quienes se encontraban en el campamento. Pero, un acto como éste, de violencia extrema, protagonizado por el ejército regular colombiano y promovido por su gobierno, no tiene precedentes para el Ecuador, pero tampoco es nada nuevo, al menos, al interior de Colombia.
La pregunta que surge es: ¿cómo es posible sostener una estructura de violencia política?. En el caso colombiano, la violencia brutal se ha convertido en ejercicio político de normalización y de construcción de significaciones.
El poder, entendido como una relación de fuerzas, desde la visión foucaultiana, no sólo reprime, sino que también produce efectos de verdad, abstracción y saber. Es así que en Colombia encontramos no sólo una guerra sanguinaria, sino una práctica estructural administrativa y un discurso político que la legítima y, que además, ha hecho de la vida humana un objeto administrable, regulado y “protegido” por un poder que necesita paradójicamente de la muerte para subsistir.
Ese poder que se ejerce desde la crueldad[2], en el conflicto colombiano, impregna todas sus relaciones sociales[3] y se vuelve legítima a través de los “campos y los habitus” como diría Bourdieu, en las instituciones y en el pensamiento. Esta doble dimensión (objetiva y simbólica) se evidencia en la represión por medio de ejecuciones, torturas, desapariciones, secuestros y también se demuestra por el reconocimiento que alcanza el discurso del “terrorismo” que, por un lado, proclama la seductora defensa de la vida, pero a la vez aterroriza e inmoviliza. Recordemos que el terrorismo es también hacer desaparecer al otro mediante el miedo, y; para eso, no es necesario matar a nadie.
La “lucha contra el terrorismo” representa un campo político, donde confluyen relaciones de fuerzas, capital que se distribuye de forma desigual, luchas, confrontaciones, acuerdos, corporaciones, etc., y; donde el poder se muestra como una tiranía que al mismo tiempo se purifica detrás del velo de un discurso moral; que al amparo de una “justicia”, justifica su ejercicio brutal, construyendo de esta manera una lucha aparente de dominación del bien sobre el mal. Es lógico que este discurso se legitime en Colombia, pues está envuelta dentro de una estructura política conservadora ligada a lo religioso.
Según Bourdieu, el concepto de habitus no sólo demuestra la manera en que los dominados se adhieren al principio de dominación, sino que también nos muestra una violencia simbólica, que consiste en imponer significaciones desde el lenguaje[4].
Un ejemplo de esto es la polarización del discurso de Uribe sobre el conflicto: La reacción de rechazo del gobierno de Ecuador sobre la incursión militar colombiana, fue suficiente para acusarnos de estar “albergando terroristas en nuestro territorio”.
El que no declaraba estar a favor de las prácticas guerreristas del presidente colombiano se lo relacionaba automáticamente con las FARC-EP. Esto no sólo generó tensiones en las relaciones bilaterales de los gobiernos, sino que además levantó voces mediáticas que aplaudieron, o por lo menos aceptaron, la masacre en nombre de la “seguridad pública”, condenando a quienes perecieron en el ataque y quienes sobrevivieron a éste. Entre ellas la mexicana Lucía Morett, a quién se le acusó, entre otras cosas, de haber estado “recibiendo cursos de la guerrilla sobre manejo de explosivos”, cuando sucedió el atentado. No hubo una sola referencia hacia los implicados que escapara a la marca de “terroristas”, el mejor modo que encontraron para descalificar y culpabilizar a las víctimas. Aquí se demuestra también el modo de materializar del discurso; como diría Said desde su crítica humanista, antes de ser personas eran “terroristas” o “guerrilleros”.
Situación bastante parecida a lo que en su tiempo exclamó Bush refiriéndose, de igual manera, a la denominada “lucha contra el terrorismo”, dijo algo así: “Vamos a eliminar el mal de este mundo”, “O están con nosotros o en contra nuestra”, como si se tratara de la única verdad. El terrorismo también se desarrolla en la medida que no se acepta el carácter y la palabra del otro.
La política guerrerista de Uribe, responde a intereses de pequeños (en número) grupos de poder económico y político interno y externo, y; su objetivo es establecer las condiciones más favorables para el mantenimiento del capitalismo neoliberal en Colombia, a través de las instituciones, la desigualdad y el lenguaje. Según Figueroa, “La crueldad puede concebirse como una estrategia eficiente en evitar el aparecimiento de los elementos abstractos inherentes a la modernidad burguesa”[5]. Es así, que el poder simbólico del discurso construye una realidad del mundo y genera una acción (de inmovilización social en este caso), y; lo que fundamenta ese poder es la legitimidad del discurso y de quien lo pronuncia.
No se puede dejar de reconocer que ese poder se ejerce desde ciertas condiciones materiales que hacen posible su ejercicio en la sociedad, condiciones que, también, posibilita el habitus como interiorización de las relaciones de poder, y; que sólo pueden comprenderse si analizamos el campo social como un producto de la historia.[6]
Finalmente, Foucault afirma que “el menor fragmento de verdad está sujeto a condición política”[7]. Dicha verdad tiene relación con los modos de interpretación, que da cuenta Said, dice: “La dominación de la realidad por la visión no es más que una voluntad de poder, una voluntad de verdad y de interpretación y no una condición objetiva de la historia”[8].  Es decir, que la verdad no es una operación de transparencia, sino que significa la develación de cómo se conforman nuestras representaciones, la preocupación por mostrar, precisamente, desde dónde se construyen esos modos con los que el saber se traduce en poder.
En un régimen como el de Uribe donde, como diría Galeano, se arregla todo matando primero y preguntando después, la estructura de violencia sólo puede justificarse inventando un monstruo amenazador del orden; el mismo presidente de Colombia ya lo dijo una vez: “hace 50 años era un terrorismo ideológico. Hoy es un terrorismo mercenario y narcotraficante”; con lo que quiere decir, que hace algunos años era el comunismo, hoy en día es el “terrorismo” el “gran peligro de la civilización”.
Lo cierto es que, así como lo fue el discurso contra el comunismo en su época, el discurso contra el terrorismo ha devenido en un concepto meramente propagandístico para descalificar al enemigo, más que para definir una situación de forma objetiva.

Bibliografía:
  •      Bourdieu Pierre. El sentido práctico. Taurus Ediciones, 1991.
  •          Foucault Michel. La voluntad de saber. Siglo Veintiuno Editores, 1989.
  •          Figueroa José Antonio. Artículo: Objetivo Militar: la abstracción. La crueldad en la guerra colombiana. Revista Iconos # 16, Mayo de 2003.
  •          Said Edward. Orientalismo. Editorial Libertarias, 1990.


[1] Significa: “Dominación por el terror”, según el diccionario de Real Academia Española.
[2] Término que se analiza en el artículo “Objetivo Militar: la abstracción” de J. A. Figueroa.
[3] Esto explicaría el ataque a traición que se suscitó en nuestro territorio.
[4]Colombia no tiene cabida para los terroristas”
[5]  Figueroa José Antonio. Artículo: Objetivo Militar: la abstracción. Revista Iconos # 16, Mayo de 2003.
[6] El análisis histórico del conflicto colombiano sería tema para desarrollar en otro ensayo.
[7] Foucault Michel, La voluntad de saber, Siglo veintiuno editores, P. 11.
[8] Said Edward, Orientalismo. Editorial Libertarias. P. 287