domingo, 29 de enero de 2012

Violencia en Colombia: En la exhibición pública está el ocultamiento

Ensayo realizado el 22 de octubre del 2008.

Por Nathalia Cedillo C.
Durante este año, Teleamazonas ha retransmitido en nuestro país dos de las series colombianas más controversiales de los últimos tiempos, realizadas por el canal Caracol; que han causado gran impacto en el país vecino como en el nuestro. Se trata de “Sin tetas no hay paraíso”, una adaptación basada en el libro homónimo de Gustavo Bolívar, que cuenta la historia de una joven de 17 años que tiene senos pequeños y decide seguir los pasos de sus amigas, que con implantes de silicona consiguen novios traquetos[1], que las mantienen económicamente a cambio de favores sexuales y; “El cartel”, basada en el libro “El cartel de los sapos” de Andrés López López, ex narcotraficante, quien cuenta la historia de uno de los más poderosos carteles del narcotráfico de Colombia y del mundo: el cartel del Norte del Valle.
Las dos series se caracterizan por mostrar diversos ámbitos del poder corruptor y violento del narcotráfico, del cual no se salvan ni siquiera los denominados “representantes del orden” público. En una entrevista realizada por TV LATINA, Paulo Laserna, presidente de Caracol Televisión, aseguró que series como las mencionadas, “reflejan el interés del canal por plantear debates sobre las preocupaciones contemporáneas de nuestra sociedad”[2]. Sin duda, los altos niveles de audiencia que generaron estas producciones en Colombia, son una muestra de que efectivamente se tomaron muy en cuenta las inquietudes de una sociedad ansiosa por encontrar explicaciones y salidas al círculo de violencia que la agobia, pero ¿qué nivel de reflexión crítica puede alcanzar una sociedad profundamente violentada que encuentra en la televisión un retrato espectacularizado de su realidad?.
Como lo afirma Noelle-Neuman “en la actualidad la televisión crea, con el color y el sonido, una gran confusión entre la propia observación y la observación mediada”[3], es decir, ya no basta con vivir a diario el conflicto y la paranoia de la violencia, ahora se puede ver el reprise por televisión; si no entendemos lo que vemos con nuestros ojos, la televisión nos lo explica.
Uno de los mayores éxitos de los medios masivos, principalmente de la televisión, es la supremacía de la imagen como sinónimo de verdad, se crea una especie de vínculo entre el espectador y lo que ve, el ojo cree en lo que ve y parecería que solo existe lo que puede ser captado por el lente de una cámara. Como lo señala Sartori: “En suma: lo visible nos aprisiona en lo visible. Para el hombre que puede ver (y ya está), lo que no ve no existe. La amputación es inmensa, y empeora a causa del por qué y del cómo la televisión elige ese detalle visible, entre otros cien o mil acontecimientos igualmente dignos de consideración”[4], esto me lleva a preguntar ¿bajo qué parámetros la televisión decide escoger uno y no otro “detalle visible”? y la búsqueda de respuesta me transporta por distintos lugares, pero hay un elemento que quizá abarque mayoritariamente las opciones y la encuentro en la estrecha vinculación entre el capital y los medios, la expansión y perdurabilidad de la ideología capitalista depende en gran medida de la visión de la realidad que nos presentan los mass media.
El problema es que se está trasladando el efecto del embelesamiento mediático a la mirada de la realidad y esto es preocupante, si partimos de la idea de que lo que necesita una sociedad es una opinión pública crítica no alienada.
Ante esta perturbadora paradoja, la duda que me surge y que analizaré en el siguiente ensayo es: ¿la exhibición pública de la violencia en Colombia a través de sus series televisivas es una muestra de denuncia u ocultamiento?.
  
Enfoque: La moraleja.
A primera vista, lo que me despertó ver las dos series, fue una profunda consternación y confusión, aún me cuesta creer que la irracionalidad humana alcance niveles tan perversos. Sin duda, había sido presa, nuevamente, del juego mediático, al interiorizar un discurso que apelaba a mis emociones. Fue entonces cuando decidí darle mayor provecho a la actividad de ver televisión.
Viendo de modo más objetivo la impactante exhibición de violencia cruel, pude percibir que la intención de la serie, no era precisamente aportar a la comprensión crítica del conflicto colombiano, sino dejarnos moralejas; enseñanzas socialmente establecidas que sin apelar al conocimiento determinan el sentido del juego que nosotros interiorizamos, aquello que Bordieu entiende como el habitus[5]; que posteriormente es el origen de la autocensura o del silenciamiento de la opinión pública.
Las dos series apelan a la responsabilidad individual. Ambos personajes protagonistas, Catalina (Sin tetas no hay paraíso) y Martín (El Cartel), quienes en la búsqueda de ser “alguien en la vida” se enrumban por un camino de ambición, traiciones y “dinero fácil”, terminan pagando precios muy altos por sus deseos, como la muerte y la cárcel respectivamente. Las series en lugar de explicar o dar argumentos históricos que sirvan para comprender cómo la sociedad colombiana ha sido capaz de llegar a niveles tan extremos de violencia, prefieren limitarse a dejar un mensaje claro y preciso: “esto es malo”; masificando así una lectura moral manipulada de la realidad.
Ambas producciones manejan el esquema de la criminalización de la pobreza, a partir de la fórmula: pobreza + ambición = violencia; tomando en cuenta que los medios graban los estereotipos mediante innumerables repeticiones (Noelle-Neumann: 1995). Es otra forma de decirnos que todo pobre es un potencial delincuente y perturbador del orden; pero ¿para qué?, ¿cuál es el sentido?. Desde mi perspectiva, uno de los mayores beneficiados en explotar al máximo la crueldad de la violencia en el vecino país, es el poder encarnado en la figura de Álvaro Uribe y su plan de seguridad nacional con “mano dura”. No creo que la cadena Caracol y Uribe se hayan puesto de acuerdo maquiavélicamente para explotar comercialmente el conflicto, pero sin duda pueden existir interacciones en donde coincidan los campos político y mediático, en función de la uniformidad y el condicionamiento social.
En Colombia, la violencia brutal se ha convertido en ejercicio político de normalización y construcción de significaciones. Este es un punto en el cual los campos político y mediático suelen coincidir. Considero, en este caso, que la televisión puso su capital simbólico a disposición de la legitimación del statu-quo: ”la lucha contra el terrorismo”, protagonizada por Álvaro Uribe. Frente a un escenario tan convulsionado, el tirano poder puede purificarse detrás del velo de un discurso moral; que al amparo de una “justicia” justifica su ejercicio brutal, construyendo de esta manera una lucha aparente de dominación del bien sobre el mal.

Opinión pública silenciada.
La puesta en escena de la brutal violencia en Colombia, ha levantado algunas voces de protesta. En Pereira, ciudad de origen del personaje Catalina de “Sin tetas no hay paraíso”, se desencadenaron marchas por parte del alcalde y ciudadanos que consideraban a la serie como atentatoria al buen nombre de las mujeres de la ciudad y sus instituciones, además de estigmatizar a sus habitantes como narcotraficantes, mujeres "prepago" (prostitutas), sicarios y traquetos. Por otro lado “El cartel”, desató la crítica de la policía nacional, el General Oscar Naranjo, en un publicado del periódico El Tiempo hizo afirmaciones en defensa de la institución, dijo: “Al final de cuentas, lo que se esperaría es que esta tragedia del narcotráfico, padecida especialmente por los más humildes, se empiece a reparar con unos mínimos de verdad. Sin embargo, de cara a la pantalla de televisión, las primeras imágenes de la adaptación del seriado lo que realmente han hecho es confundirnos con verdades a medias, ridiculizar al Estado y sus instituciones y, muy particularmente, transformar en villanos a héroes que enfrentaron el poder asesino y corruptor del narcotráfico”[6].
Me pregunto cuál es la dimensión de la opinión pública que expresan estas manifestaciones. Considero que lo que hemos visto es el pronunciamiento de sectores de la sociedad en función de sus intereses particulares o de grupo y cuyas opiniones vertidas se limitan al contexto que preestableció el medio de comunicación. La población no se movilizó en contra del conflicto real, sino en defensa de su capital simbólico. Esto es un ejemplo del efecto del embelesamiento mediático al que me refería al inicio de este trabajo, la representación pasó a ser más ofensiva y movilizadora que la abrupta realidad. Los intereses privados se hacen públicos, mientras que las causas socio-económicas de la violencia, tema de interés colectivo, se desplazan.
Por otro lado, como afirma Luhmann, la opinión pública ha cumplido su función cuando ha llevado un tema a la mesa de negociación (Noelle-Neumann: 1995), eso no ha sucedido en Colombia; las series continúan exhibiéndose y vendiéndose exitosamente por varios países de Latinoamérica y Europa y ningún sector de la sociedad civil ha podido exigir cuentas al gobierno y, mucho menos, pactar con él una salida democrática y pacífica al conflicto.
¿Cuál ha sido, entonces, el efecto de una sobreexposición mediática de la violencia en función del interés económico? Una opinión pública silenciada, incapaz de incidir sobre el Estado.
En un país como Colombia, donde la polarización política alcanza altos niveles de criminalización de cualquier discurso o pensamiento disidente, donde no se discuten las ideas desde los argumentos sino desde la negación y el estigma del otro; el clima de opiniones que las series televisivas en cuestión han levantado no solo están generando una grave confusión entre la realidad y la ficción sino, sobre todo alimentan la desmovilización y el control social.
El clima de opiniones que se levanta, producto de la tergiversación de sentidos que producen estas series, genera una nueva espiral del silencio como define Noelle-Neumann, al proceso violento de control social, donde los individuos se sujetan a actitudes predominantes y repetitivas por miedo al aislamiento. Es decir, se direccionan de modo errado los puntos de vista hacia temas que no son los trascendentales, convierten al espectador en consumidor de su propia realidad y no apelan a la pedagogía de la ciudadanía; quienes no encuentran en estas producciones herramientas que les permitan construir una opinión pública reflexiva, constructiva y propositiva, más allá de los acaloramientos de la indignación. La falta de compresión de la realidad conlleva a los individuos a la autocensura y ésta a su vez, silencia a la opinión pública.
Considero que el silenciamiento de la opinión pública no solo se consigue, como lo es en el caso colombiano, desde el terror sino, desde la exhibición cruda y personalizada de la violencia, aislada de su contexto estructural.

El Ocultamiento.
Cabe recalcar que con la lectura de las series mencionadas en ningún momento he pretendido desconocer la existencia de otros espacios, más allá de la televisión, generados particularmente desde la cultura, que dan paso a nuevos hablantes y distintos reconocimientos de lo social en la propia Colombia.
Si bien, es cierto, como afirma Narváez Montoya, muchas veces caemos en la confusión de creer que los medios son el espacio por excelencia de conformación de opinión pública, sin embargo, no podemos dejar de reconocer que “son uno de los sujetos actuantes en ella; y no sólo uno más, sino el más poderoso, por ahora, puesto que combina poder ideológico con poder económico y, gracias a ellos, también poder político e incluso militar, pues son el sujeto social al que más se inclinan los poderes del Estado”[7].
A simple vista, parecería ser que la emisión de series como “Sin tetas no hay paraíso” y “El cartel” podrían significar un aporte, como lo dijo el presidente de la cadena Caracol, para el debate de los problemas sociales que aquejan a Colombia; el problema es que, en la práctica, el discurso no tiene sustento real. Ana María Miralles y su reflexión sobre el periodismo liberal, nos permite comprender que la opinión pública no puede construirse a través de una práctica periodística que no se compromete con la formación de públicos en el sentido político del término, sino que solo busca la conformación de audiencias.
“Esta ausencia de compromiso frente a los hechos, al menos en apariencia, ha creado la sensación de que, tras el modelo liberal de la información, no hay un proyecto político, que se trata de un modelo neutral”[8]. Nada más ilusorio, puesto que, existe un interés comercial de por medio. Los seriados televisivos no sólo espectacularizan la violencia, sino que la mercantilizan. La guerra en Colombia se ha convertido en un enlatado mediático más de exportación.
El ocultamiento es la mercantilización de la realidad. Como toda mercancía en el sistema capitalista industrial, la vida social se reproduce en serie, en fábricas mediáticas y con un mismo corte ideológico que luego se vende a los consumidores. Este proceso mercantil que genera mayor expansión de la información, ha desatado un frenesí mediático en busca del rating; atrás quedaron las prácticas que legitiman el verdadero periodismo, la investigación alrededor de un problema, sus antecedentes históricos, su trama social y cultural y su implicación económica, en definitiva la mediación: “el punto de encuentro y de confrontación entre los hechos, los datos empíricos y la valoración de sus significados y sus efectos”[9]. Por el contrario, hoy la primacía no es la reflexión profunda, sino la inmediatez, aunque se trate de un error involuntario o consiente del periodista, lo que busca es estar en el lugar de los hechos, en vivo y en directo, poder llevar la imagen inmediata de los acontecimientos sin mayor esfuerzo intelectual, para que el público lo vea y lo juzgue, ¿para qué las palabras si “las imágenes hablan por sí mismas”?.
Esta saturación de hechos mostrados crudamente, más que llevarnos a la comprensión, genera un fenómeno de obscenidad donde las imágenes saturan la sensibilidad. La mercantilización de la violencia es otra forma de perder el sentido entre lo real y lo ilusorio, la sobre-exposición de la realidad nos hace caer en una fascinación vertiginosa que puede llegar inclusive a neutralizar la imaginación, si ya todo se muestra ¿dónde queda la representación como elemento necesario de la conciencia?. Lo más peligroso es que este proceso se vuelve visible cuando, como demuestra Sartori en su análisis sobre los sondeos, la opinión pública se vuelve [10]“un rebote de lo que sostienen los medios de comunicación” y de esta manera se cierra el círculo de alienación. Esta moderna construcción de imaginarios desde la obscenidad de la realidad sobre-expuesta y la sobreproducción de información-mercancía pretenden conducirnos hacia la consolidación de un único pensamiento.
El efecto de embelesamiento producido por la abierta exhibición de la violencia, reduce nuestra capacidad humana de racionalizar los hechos a una pasiva recepción de estímulos, una desustancialización que nos alerta sobre la necesidad de romper con la espiral del silencio a la que nos sumerge nuestro rol de espectadores.

 Bibliografía:
  • Abad, Gustavo. El periodismo olvidado: las instituciones mediáticas ante la rebelión de las audiencias. Informe final de investigación. Universidad Andina Simón Bolívar.
  •  Gutiérrez, Alicia. Pierre Bordieu: las prácticas sociales. Centro Editor de América Latina, 1994.
  •  Miralles, Ana María. Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana. Grupo editorial Norma, 2001.
  • Noelle-Neuman Elisabeth, La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, Ediciones Paidós, 1995.
  • Narváez Montoya, Ancízar. Cultura política y cultura mediática. Esfera pública, intereses y códigos. En Economía política, comunicación y conocimiento: una perspectiva crítica latinoamericana. Ediciones La Crujía, 2005.
  • Sartori, Giovanni, Homo Videns, Editorial Taurus 1998.


[1] Traqueto: Término usado en Colombia para identificar a la persona o individuo relacionado directamente con el tráfico de drogas. La palabra traqueto surge de la imitación del sonido de una ametralladora al disparar.
[2] http://www.tvlatina.tv/interviewscurrent.php?filename=phillips0808.htm
[3] Noelle-Neuman Elisabeth, La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, Ediciones Paidós, 1995, Pág. 205.
[4] Sartori, Giovanni, Homo Videns, Editorial Taurus 1998, P. 84, 85.
[5] Véase: Pierre Bordieu: las prácticas sociales, de Alicia Gutiérrez. Centro Editor de América Latina. Pág. 16.
[6] http://www.eltiempo.com/colombia/justicia_c/home/ARTICULO-WEB-PLANTILLA_NOTA_INTERIOR-4241140.html
[7] Narváez Montoya, Ancízar. Cultura política y cultura mediática. Esfera pública, intereses y códigos. En Economía política, comunicación y conocimiento: una perspectiva crítica latinoamericana. Ediciones La Crujía, 2005. Pág. 223.
[8] Miralles, Ana María. Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana. Grupo editorial Norma, 2001. Pág. 39
[9] Abad, Gustavo. El periodismo olvidado: las instituciones mediáticas ante la rebelión de las audiencias. Informe final de investigación. Universidad Andina Simón Bolívar. Pág. 14
[10] Sartori, Giovanni, Homo Videns, Editorial Taurus 1998, P. 74.

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